Córdoba en la historia (2)

Córdoba musulmana

En el año 711 una minoría visigoda es aplastada por las huestes árabes y la población de Córdoba comienza a ensayar un nuevo destino universal. Comienza así, en Octubre del año 711, el periodo de dominación musulmana, que se prolongará durante 525 años y que con el Califato alcanzará el el siglo X la época de mayor esplendor de Córdoba, su siglo de oro.

Córdoba nació para el Islam en el año 711 conquistada por Mugith al-Rumí el mas valeroso de los jefes que secundaban a Tariq b.Ziyad en el mando del ejercito invasor. La capitalidad de las tierras conquistadas por los musulmanes durante el primer lustro de acción bélica en la Península la ostentó Sevilla; pero a partir de Agosto del año 716, tal rango se adjudicó a Córdoba y se debió a al-Hurr que fue el primer emir que se instaló en el Alcázar de los Emires (hoy Palacio Episcopal). Pero cuando Córdoba empezó a recibir un trato de privilegio, materializado en grandes reformas urbanas de toda índole fue bajo el mando del sucesor de al-Hurr, el emir al-Samh que llegó a la Península revestido de poderes excepcionales concedidos directamente por el califa Umar b.Abd al-Aziz, quién le confirió directamente el emirato de al-Andalus independizándolo del de Ifriqiya. Reconstruyó el puente romano, restauró el muro Oeste de la muralla, fundó en la orilla izquierda del Guadalquivir, en el viejo suburbio romano de Secunda, el gran cementerio del Arrabal y una amplia musallao lugar de oración al aire libre, y finalmente restituyó a sus legítimos dueños las tierras que habían sido encautadas indebidamente. Y todo esto en solo dos años ya que murió en Junio del 721, ante los muros de Tolosa, en lucha con las huestes del duque Eudes de Aquitania.

A este pujante renacer de Córdoba como urbe, sucedió un periodo de mas de 30 años, durante el cual la ciudad se convirtió en escenario para dirimir todos los viejos pleitos que aún quedaban por resolver entre las distintas familias árabes que se habían ido aposentando en ella. El desconcierto provocado por estas luchas determinó la venida a Córdoba, en Mayo del año 756, de Abd al-Rahman I, el inmigrado, un descendiente de los califas Omeyas de Damasco que había logrado escapar de la cruenta persecución que había sufrido su familia. Tomó la ciudad, aglutinó a los clanes mas representativos y creó un emirato independiente de Damasco. La dinastía Omeya comienza así su reinado en el al-Andalus desde Córdoba, que se convirtió en corte real.

El viernes 14 de Mayo del 756 el emir Yusuf al-Fihrí fue derrotado a las puertas de Córdoba, en el llano de al-Musara, por el príncipe Omeya Abd al-Rahmán, el Inmigrado, el cual entró el la capital y, constituyéndose en la primera autoridad de al-Andalus, presidió jutba en la Aljama, con lo que inauguró, indirectamente, un nuevo periodo de la historia de la ciudad. Este monarca siempre sintió un extremado apasionamiento por su patria y las gentes de su casta, hasta el punto de que se consideró un extranjero en su propio reino y entre sus propios súbditos. Por ello, la primera cuestión que le preocupó, una vez afianzado el emirato, fue la de crearse una residencia que le evocara constantemente su Siria idolatrada y remota, y fundó en la sierra cordobesa, a unos 3 Kms. al norte de la capital, la hermosa finca al-Rusafa, en la que pretendió tener trasuntivamente, la Rusafa de Damasco, donde se había criado y desde donde su propia hermana Umm al-Asbag le remitió cuantas especies vegetales necesitó para dar realismo a aquel artificioso paraje.

Su falta de apego a Córdoba queda reflejada no tanto en las obras que realizó en ella como en las razones que motivaron las mismas. Así, hacia el 766, mandó reconstruir todo el recinto murado de la Madina, pero para decidirse a hacerlo, fue necesario que mediara un suceso en el que el Inmigrado estuvo a punto de perder la vida. lo que pone de manifiesto que el soberano solo buscó con dicha reconstrucción aumentar su propia seguridad y no la de los cordobeses.

Hacia el 785, cuando ya contaba unos 54 años de edad, y teniendo pruebas fehacientes que ya había consumido sus energías vitales en su constante lucha por la existencia y el poder, ordenó restaurar el Alcázar e hizo de él su morada habitual hasta el fin de sus días, lo que demuestra que la acción del monarca no tuvo por meta el desinteresado robustecimiento de la más señera construcción de la Córdoba de entonces, sino otra bastante menos altruista: el procurarse una residencia que superara, en fortaleza y garantía de indemnidad, a su artificiosa al-Rusafa.

Ni aún la fundación de la Gran Aljama de Occidente, que habría de inmortalizar su nombre, la concibió por pura filantropía, sino espoleado por la certidumbre de que se iba de esta vida y tenía que procurar pasar a la otra llevando en su haber una obra pía, cuanto menos, que le fuese computada como meritoria. La necesidad de una nueva aljama se hacía sentir, aproximadamente, desde el año 758, en que importantes grupos de omeyas y clientes marwaníes, venidos de Asia y África, se aposentaron el la capital e incrementaron de manera notoria, aparte del censo, el número de dignatarios del reino. La aljama que construyera Yusuf al-Fihrí ya no tuvo capacidad suficiente para albergar a todos, y la estancia en ella resultaba molestísima y el monarca intentó solucionar provisionalmente el problema a base de levantar tablados a media altura del edificio; pero como dicha altura era escasa, tanto quienes se colocaban en el suelo como quienes lo hacían sobre tales tablados apenas si podían ponerse de pie con normalidad, y la permanencia en el templo cada vez resultó mas incómoda y agobiante.

Por fin y espoleado por la certidumbre antedicha, Abd al-Rahmán se decidió a enfrentarse al problema y resolverlo de una forma digna: adquirió a los mozárabes el resto de lo que éstos aún conservaban de su viejo cenobio de San Vicente; mandó demoler todo el conjunto incluida la antigua iglesia convertida en aljama y, sobre el solar resultante, ordenó poner los cimientos de la que había de convertirse en la Gran Aljama del occidente islámico.

El gran acontecimiento acaeció a principios de Septiembre del 786, cuando Abd al-Rahmán I ya había cumplido 30 años al frente de los destinos de al-Andalus; pero su decisión tuvo tanto de efectiva como lo había tenido de tardía, puesto que, cuando el soberano murió dos años después, el 30 de Septiembre del 788, su propósito ya se había convertido en una realidad tangible y maravillosa; un extraordinario templo de once naves, noble fábrica, monumentales proporciones y peregrina arquitectura.

Finalmente, el Inmigrado fue enterrado el la Rawda del Alcázar, la cual quedó exclusivamente reservada para monarcas desde entonces, y se destinó una parte de la Maqburat al-Rabad para enterramiento de los demás miembros de la gran familia marwaní afincados en la capital.

Hisham I, su hijo y sucesor, se distinguió siempre por su piedad, sencillez y gran amor al prójimo. En sus días se introdujo la doctrina malikí en la Península, y guiado por celo religioso nada común, contribuyó personalmente a la divulgación de la misma y la impuso como oficial a sus vasallos por considerarla como la representante de la más pura ortodoxia islámica; pero protegió con exceso a los alfaquíes de esta escuela jurídica a quienes colmó de cargos y prebendas, y tal protección, que rayó en el favoritismo, sería la raíz del más grave problema de gobierno que se plantearía a su sucesor. Remató con éxito la construcción de la Gran Aljama iniciada por su padre, dotando al monumento de una torre o sawmu`a, un pabellón de abluciones o mida`a y una galería o saqifa destinada a la oración de las mujeres. Realizó importantes obras de consolidación en el puente de la capital. Erigió dos pequeñas mezquitas gemelas en la fachada Sur o principal del Alcázar, y las edificó con materiales traídos desde Narbona en el año 793. También parece ser que fue el fundador de otra mezquita, que se denominó del Amir Hisham, y que es hoy la iglesia de Santiago. Y cuando murió, el 28 de Abril de 796, fue enterrado en la Rawda, junto a la sepultura de su progenitor.

Le sucedió en el trono su hijo al-Hakam I, que fue el primer monarca Omeya que se preocupó por elevar el nivel cultural de sus súbditos y, a tal efecto, meditó un ambicioso plan de importación de grandes maestros orientales del que él no llegó a obtener fruto alguno porque falleció a poco de ponerlo en práctica, pero que tuvo una trascendencia inusitada. Si embargo no es ese el plan al que debió su celebridad, sino a su manera cruel y despiadada de conducirse en la lucha que se vio obligado a mantener contra los alfaquíes, los cuales no se resignaron a perder los privilegios que habían conseguido obtener del bondadoso Hisham, cuando al-Hakam se decidió a quitárselos. Este lucha culminó en un motín inspirado por dichos teólogos que acaeció en el año 818 y tuvo por principal escenario el suburbio de Secunda y paso a las crónicas como la Revuelta del Arrabal. A él puso fin el soberano mediante la más feroz represión que registran los anales de los Omeyas españoles. Fue creador de una milicia mercenaria jocosamente apodada de los Silenciosos por constituirla extranjeros que no hablaban el árabe, y a ella encomendó la custodia del Alcázar, cuyo recinto reforzó de manera considerable al igual que la muralla de la ciudad. Cuando murió el 21 de mayo del 822, fue enterrado en la Rawda, junto a sus mayores.


Abd al-Rahmán II, su hijo, le sucedió en el trono y continuó su línea política, particularmente en el campo cultural: atraer hacia Córdoba, sin reparar en gastos, a las figuras que vinieran sobresaliendo, por Occidente, en las distintas ramas del saber de entonces o, en su defecto, conseguir ejemplares de sus obras más significativas para divulgarlas por la Península. Su gobierno reportó una prosperidad inusitada a todo al-Andalus y a Córdoba muy particularmente. La capital incrementó un ensanchamiento considerable por al-Chanid al-Garbi, cuyas tierras se vieron enriquecidas con no pocas fundaciones particulares de mezquitas, baños, cementerios, ect. debidas a personas pertenecientes al entorno familiar del monarca. Llevó a cabo importantes fundaciones como las de Dar al-Sikka o Casa de la Ceca, destinada a la acuñación de moneda, y la Dar-alTiraz o Casa del Tiraz, dedicada a la elaboración de ricos tejidos, tapices y colgaduras. En 827, hizo reconstruir con gran solidez una calzada o rasif que corría por la orilla derecha del río a todo lo largo del lienzo sur del recinto de la Madina. La Gran Aljama mereció su atención en dos ocasiones: una en 833, cuando mandó edificar en los costados este y oeste del patio sendas galerías altas destinadas a la oración de las mujeres, y la segunda, en 848, ampliando la sala de oración unos 26 metros hacia el Sur. Por último, parece ser que a él se debió la instalación de una siqaya o rueda hidráulica en el molino de Kulayb, hoy de la Albolafia, para elevar el agua del río hasta el Alcázar. Cuando falleció el 22 de Septiembre del 852, fue inhumado el la Rawda.

Muhammad I fue digno heredero de su padre y antecesor. Le ocupó el honor de rematar las obras emprendidas por su padre en la Gran Aljama, dando fin al decorado de la parte nueva y renovando el de la antigua, con lo que dichas obras se alargaron hasta el año 855, y un decenio después estableció, ante el nuevo mihrab, una maqsura o zona acotada, destinada a la oración del monarca y su séquito. También prosiguió remozando el Alcázar, construyendo en su interior nuevos qusur o palacios. Y cuando murió el 4 de Agosto del 866, recibió sepultura en la Rawda, el panteón de sus mayores.

Los sucesivos reinados de sus hijos al-Mundhir y Abd Allah, coincidieron ya la gran sublevación de los muladíes del Sur peninsular y Córdoba conoció días de penuria y escasez durante todo ese agitado período. Las obras que se realizaron fueron pocas y afectaron principalmente a la Gran Aljama y al Alcázar. Así, por ejemplo, al-Mundhir dotó a la primera hacia el 867, de una Bayt al-Mal o Cámara del Tesoro, para guardar el dinero procedente de las mandas pías al templo y destinado a los menesterosos. Abd Allah, por su parte, puso la maqsura erigida por su padre en comunicación directa, mediante un sabat o pasadizo cubierto, con el Alcázar, y abrió en éste una nueva puerta, la Bad al-Adl o Puerta de la Justicia, donde le gustaba sentarse una vez a la semana para dar audiencia a los oprimidos. y tanto al-Mundhir como Abd Allah, su hermano, cuando murieron fueron sepultados en la rawda. El primero el 29 de Junio de 888 y el segundo el 15 de Octubre del 912.

Abd al-Rahmán III, nieto y sucesor de Abd Allah, llegó al trono firmemente dispuesto a restaurar la autoridad y el prestigio de la dinastía Omeya en todo al-Andalus y, siete años más tarde, había conseguido virtualmente su propósito. Para celebrar tan fausto acontecimiento, a comienzos del año 929, tomó la transcendental decisión de ordenar que se le llamase en los escritos dirigidos a él y se le invocase en las aljamas con los títulos supremos de Jalifa o Califa y Amir al-Mu´minin o Príncipe de los Creyentes y que se le asignase desde entonces el laqab o sobrenombre honorífico de al-Nasir li-Din Allah, <<>>. La jutba correspondiente al 16 de Enero del 929 se pronunció en la Gran Aljama dándole los expresados títulos supremos, y en esa fecha quedó constituido, por tanto, de manera oficial el Califato de Occidente, en cuyos días Córdoba iba a vivir la época más importante y floreciente de toda su larga historia y a convertirse en la población más grande de la Europa de entonces a la par que una de las más cultas del mundo de su época.

A finales del 928 mandó construir una nueva Dar al-Sikka o Casa de la Ceca, para acuñar moneda y un palacio dentro del Alcázar, junto a la Rawda. En el 951 ordenó agrandar el patio de la Gran Aljama, ampliándolo hacia el norte; esa obra supuso la demolición de la vieja sawmu`a o torre de Hisham I y la construcción de otra de mayor planta y altura, y la fachada norte del monumento quedó situada, desde entonces, en el mismo lugar donde se alza actualmente.



Sin embargo, no fueron estas obras, a pesar de su importancia, las que dieron a Abd al-Rahmán III o al-Nasir justa fama de gran constructor, sino la fundación, el 19 de Noviembre del 936, de una magna ciudad residencial, Madinat al-Zahra´ o la Ciudad de al-Zahra´, a la que dedico un apartado en el menú y que denominó así accediendo a la antojadiza petición de al-Zahra´, una muchachita de su círculo íntimo a la que profesaba mucho afecto. Fundó la nueva Madina sobre unos terrenos situados a unos 8 Kms. al noroeste de la capital, al pie de la vertiente meridional de la sierra cordobesa, y se desveló lo indecible para conseguir que la flamante urbe tuviese pronto vida propia: en 941 ya se pronunciaba la jutba en su aljama; en 945, al-Nasir pasó a residir en ella con sus casas civil y militar y la corte en pleno, y, un poco más tarde, fueron trasladados también a ella la Dar al-Sikka y demás servicios públicos, con lo que al-Zahra´ se convirtió en la residencia oficial de todos los organismos estatales del Califato. Las riquezas de todo orden que se acumularon en al-Zahra´ fueron fabulosas y uno cualquiera de sus machalis o salones bastaba para causar el asombro, por su suntuosidad y sorprendente fábrica, de cuantos lo contemplasen, lo que hizo que el soberano los convirtiese en el escenario preferido para la recepción de las muchas embajadas que arribaron a su corte, entre las que sobresalieron: la de la Reina Toda de Navarra, acompañada de su nieto Sancho I de León, la de Juan de Gorze, enviado de Otón I de Alemania y varias más venidas de Bizancio. La fundación de al-Zahra´. además, el rápido desarrollo de la población cordobesa por el costado occidental o al-Chanib al-Garbi, y los arrabales de Córdoba quedaron unidos con los de la nueva urbe en un corto espacio de tiempo. Abd al-Rahmán III murió en Córdoba el 16 de Octubre del 961, y fue enterrado el la Rawda del Alcázar, junto a sus antepasados.

Su hijo y sucesor, Al-Hakam II, adoptó el laqab de al-Mustansir billah, <<>>, y abrió su califato con la inauguración de las obras para una nueva ampliación de la Gran Aljama. En virtud de esta ampliación, las más sublime de cuantas ha experimentado el monumento, la sala de oración alcanzó la profundidad que tiene actualmente y se vio enriquecida con el maravilloso mihrab y la serie de pabellones cupuliformes que hoy se admiran en ella: el primero es único en el Mundo, y el los segundos se tiene el origen de las bóvedas nervadas en Arquitectura. Simultáneamente se estuvo trabajando también en Madinat al-Zahra´ para rematar su construcción.

El califa al-Mustansir fue un hombre de una cultura extraordinaria y su amor a libros junto con sus ilimitados recursos económicos le permitió reunir en su biblioteca hasta 400.000 volúmenes, muchos de los cuales eran ejemplares únicos de un valor inestimable; esta pasión del soberano contagió a no pocos cordobeses cultos, que se convirtieron en renombrados bibliófilos, y el Suq al-Kutub o Mercado de los Libros de la capital alcanzó, desde entonces, una bien merecida fama en todo el orbe islámico por las numerosos transacciones comerciales que se hacían a diario en el mismo con base en toda clase de manuscritos. Murió Al-Hakam II a principios de octubre del 976 y fue el último soberano de su dinastía que recibió sepultura en la Rawda del Alcázar.

Hisham II, hijo único de al-Hakam, sucedió a su padre sólo de nombre, ya que todo su califato transcurrió bajo el signo dictatorial de los amiríes. El primero de éstos fue Muhammad ibn Abi`Amir, el omnipotente Almanzor, que llevó a cabo importantes fundaciones en Córdoba, entre las que destaca la de una nueva ciudad residencial a la denominó al-Madina al-Záhira o la Ciudad Brillante, parafraseando el nombre de la magna construcción de Abd al-Rahmán III; la edificó a unos 3 Kms. al sureste de la capital, en unos terrenos de la orilla derecha del Guadalquivir conocidos por al-Ramla o Arenal. Inició su construcción en el 979 y la dio por finalizada dos años después trasladando a ella todos los organismos estatales que habían venido radicando el Al-Zahra´ ; permitió a sus altos funcionarios que levantasen sus palacios en torno a la nueva madina, y los arrabales orientales de la capital quedaron unidos con los occidentales de al-Záhira en poco tiempo, con lo que la población cordobesa ocupó una extensión muy considerable y llegó a rebasar, muy probablemente, el millón de habitantes. A este respecto, conviene puntualizar que, según un censo de inmuebles de la época, Córdoba contaba, con 1.600 mezquitas, 213.077 casas ocupadas por la plebe y la clase media, 60.300 más en las que vivían los altos empleados y la aristocracia, y 80.455 tiendas.

Para ajustar la Gran Aljama a las exigencias del momento, Almanzor mandó ampliarla hacia el este y dio al monumento las dimensiones con las que ha llegado hasta nosotros; esta ampliación se inició en 987, y, en virtud de ella, la sala de oración se aumentó en algo menos de 2/3, ignorándose cuando se terminaron las obras porque el dictador amirí prohibió que ninguna inscripción conmemorase el acontecimiento para evitar que fuera redactada a nombre de Hisham II.

Muerto Almanzor en 1002, se afianzó en el gobierno de Al-Andalus su hijo Abd al-Malik al-Muzaffar, y Córdoba siguió desarrollándose normalmente sin que se produjera en su planteamiento urbano novedad alguna digna de mención; pero, al morir al-Muzaffar en 1008, víctima de una intriga tramada por su hermano Abd al-Rahmán Sanchuelo, y arrogarse éste el poder, el panorama político de la capital cambió radicalmente, y, a consecuencia de ello, ésta comenzó a vivir, unos meses después, el período más luctuoso de su larga existencia.

Este período comenzó el 15 de Febrero del 1009 con el alzamiento del príncipe omeya Muhammad II al-Mahdí contra los amiríes y terminó el 1 de Diciembre del 1031 con la liquidación oficial del califato de los Banu Umayya de Occidente e instauración de la taifa de los Banu Chahwar en Córdoba. En estos 23 años se sucedieron hasta 14 gobiernos distintos y acaecieron los acontecimientos más trascendentales

En efecto, el citado 15 de febrero y por orden de Muhammad al-Mahdí, el populacho cordobés atacó y ocupó al-Záhira, la odiada residencia de los amiríes, la cual fue sometida a un saqueo total y arrasada por completo, y la misma suerte corrieron todas las grandes mansiones que habían levantado los magnates amiríes en las proximidades de ella. El 4 de Noviembre del 1010, los mercenarios beréberes que habían nutrido años atrás los ejércitos amiríes y bajo la bandera del príncipe Omeya Sulaymán al-Musta`in, sublevado contra su pariente al-Mahdí desde junio del 1009, tomaron por asalto Madinat al-Zahra´ a la que saquearon y destruyeron, mientras unos contingentes de milicianos cordobeses hacían lo propio con la vieja residencia de al-Rusafa por haber servido ésta de morada, unos días antes, a Sulaymán y sus huestes. A continuación al-Musta`in puso cerco a la capital que resistió su asedio hasta el 9 de mayo del 1013. La Córdoba califal dejó de existir: sólo quedaron de ella la al-Madina y una pequeña parte de al-Chanib al-Sharqi, los dos únicos sectores que se habían librado de la destrucción. Y, alrededor de ambos, unos inmensos campos pletóricos de espantosas ruinas patentizaron durante muchos años después cual había sido la autentica extensión urbana de aquella ciudad en los mejores tiempos de su historia.

Tras la citada liquidación oficial del Califato Banu Umayya de Occidente e instauración de la taifa de los Banu Chahwar en Córdoba, el 1 de Diciembre del 1031, hasta el 29 de Junio del 1236 que fue conquistada para la Cristiandad por Fernando III el Santo, se abre un período de dos siglos en los que Córdoba pierde para siempre la hegemonía política de la España musulmana, pero no la pérdida de la hegemonía cultural. Muy al contrario, fue en la época poscalifal, cuando Córdoba, viviendo con dignidad su decadencia política y urbana, aportó a la cultura mundial los dos talentos más preclaros y famosos del saber de entonces: el musulmán Abu-l-Walíd b. Rushd o Averroes (1126-1198) y el judío Musa b. Maymún o Maimónides (1135-1204).


Bibliografía. Fco. Solano Márquez Cruz. Itinerarios por la ciudad. Vive y descubre Córdoba. Editorial Everest S.A 2000:Manuel Ocaña Jiménez. Córdoba Musulmana Editorial Everest S.A. 1975: José María Ortiz Juárez. La Córdoba de los Austrias. Editorial Everest S.A. 1975: Juan Gómez Crespo. Córdoba Moderna y Contemporánea. Editorial Everest S.A. 1975: Córdoba recuperada. Edit. El Día de Córdoba

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