Comunidad judía en Córdoba

La comunidad judía en Córdoba.

Cuando el Cónsul de Roma Marco Claudio Marcelo, funda la Córdoba romana en el año 152 a de J.C., junto a la ciudad Ibero-Turdetana del mismo nombre, los judíos ya estaban aquí establecidos, desde la más remota antigüedad.

Según las tradiciones transmitidas por los historiadores, los primeros judíos llegaron a España en tiempos del Rey Salomón (970-931 a de J.C.) formando parte del pasaje de las naves fenicias que se dirigían a Tharsis (Tartessos) en las desembocaduras de los ríos Tinto y Odiel, donde abundaban las piritas de cobre.

Varias de estas embarcaciones fenicias pusieron rumbo hacia la desembocadura del Guadalquivir, y después de atravesar los peligrosos bancos de arena del Salmadita, remontaron el río hasta Corduba, lugar habitado por los ibero-turdetanos atraídos por la riqueza del subsuelo y la fertilidad de su tierra, de lo que sin duda debieron tener algunas noticias; los fenicios regresaron a su punto de destino quedando en el poblado los judíos que los acompañaban.

Esta población hebraica que en un principio fue de poca importancia, se vio acrecentada en gran medida a raíz de la destrucción de Jerusalén y de su Templo por las tropas de Tito, año 70, y con la dura represión impuesta por Adriano en toda la Judea, dio lugar a una gran diáspora de judíos a través de los territorios del mundo romano, y como consecuencia, su llegada a Córdoba en considerable número.

Una orden imperial que en lo fundamental se remontaba a los tiempos de César, autorizaba a los judíos practicar libremente su culto protegidos por el Estado Romano, el que a su vez les eximía de todos aquellos deberes que eran incompatibles con su fe, especialmente de los ritos del culto al Emperador, gozando de los mismos derechos que la población romana.

La paz que gozaron durante la dominación romana, se vio truncada a causa de la invasión de los bárbaros del norte, especialmente los visigodos, ya que algunos de sus reyes, entre ellos Sisebuto (612-613), promulgaron edictos de expulsión de no abrazar la fe cristiana, los que no se llevaron a efecto gracias a la valiosa intervención de San Isidoro, que en el IV Concilio Toledano (633) por él presidido, prohibió forzar con medidas violentas a los judíos para que se convirtieran al cristianismo; en Córdoba no se observó esta prohibición por parte del gobernador Teodofredo, quien extremó las persecuciones dando lugar a la huida en gran número, hacia las capitales del norte de Europa.

Fue tal el odio oculto que sintieron los judíos hacia los visigodos, que vieron con buenos ojos la conquista de Córdoba por los musulmanes (711), a los que ayudaron de una forma eficaz, convirtiéndose en sus más leales colaboradores, y en recompensa a sus valiosos servicios, les fue permitido practicar sin impedimento alguno su religión y sus costumbres. Asimismo se les autorizó a ejercer libremente el comercio, por lo cual muchos se establecieron en los zocos como vendedores de pieles finas y perfumes; otros se dedicaron a las finanzas abriendo casas de cambio, llegando incluso administrar las rentas del Tesoro Público. También fueron los encargados de proveer al Gran Mercado de Córdoba de eunucos eslavos. Y dado su talento organizador y político, desempeñaron importantes cargos en la Corte de los Soberanos Omeyas.

La mayoría del pueblo judío vivía entonces bajo gobierno del Islam, y fue entonces cuando se inició el largo y brillante período de la simbiosis judeo-árabe de Córdoba. Durante los cuatro siglos de hegemonía Omeya, las actividades culturales, artísticas y comerciales de los musulmanes hicieron de Al-Andalus el país el más culto de Europa. Los historiadores hablan con admiración de Córdoba, capital del Califato Omeya, que se convirtió en un magnífico centro cultural con sus lagos y parques, palacios rutilantes y mezquitas. La corte atrajo y ejerció su mecenazgo sobre poetas y filósofos, hombres de letras y ciencias.

En los siglos X-XII el judaísmo sefardí resurge con fuerza en Córdoba, la capital de Al-Andalus o espacio geopolítico en la Península bajo poder musulmán. Con la llegada al poder de Abderramán III como califa (929), se inicia una política de reconciliación que favorece a la comunidad judía de Córdoba y que dará lugar a un importante período de desarrollo cultural. En Al-Andalus surgieron por doquier comunidades judías con ciudades como Lucena o Granada cuya población era mayoritariamente judía.

Gran parte de este resurgir se debió, sin duda, a Hasday ben Saprut, ministro judío de Abderramán III y nasí o jefe de las comunidades judías de Al-Andalus. Con la caída del Califato (1031) comienzan los reinos de taifas, que desde el punto de vista cultural promueven las ciencias y las letras: hacia mediados del s. XI, comienza la edad de oro del judaísmo andalusí. La influencia judía en la ciudad cayó con el fin del período califal, cuando, a la muerte de al- Muzaffar, hijo de Almanzor, se impuso la anarquía y la inseguridad. Pero volvió a recuperarse cuando, conquistada la ciudad de Córdoba por Fernando III en el 1236, se promulgó el fuero que consolidó jurídicamente la conquista.

La judería de Córdoba.

Conquistada la ciudad de Córdoba por Fernando III, los musulmanes salieron libres, llevando consigo sus propiedades muebles y sirvientes, perdiendo sus bienes inmuebles (casas y tierras) que serían objeto de donaciones y reparto entre conquistadores y pobladores, y abandonando de inmediato la localidad conquistada. La caída de Córdoba en poder de Castilla más que un símbolo era la realidad de la eliminación del Islam como fuerza política de peso en la Península.


El 30 de junio de 1236, Fernando III, rodeado de la nobleza y de todo el pueblo, hizo su entrada solemne a la ciudad. Después de celebrar una misa, el monarca se dirigió al palacio califal edificado por los musulmanes, comenzando a continuación a tratar con la nobleza todo lo necesario para el repoblamiento de la ciudad con cristianos, al quedarse totalmente vacía de musulmanes. A partir de este momento, la mayor parte de la población la constituían cristianos procedentes de la nobleza y del pueblo llano.

Tras la conquista, los judíos se verían favorecidos por una política de tolerancia, volviendo a recuperar parte del esplendor perdido durante la dominación almorávide y almohade. Alfonso X el Sabio trató de mejorar la suerte de los judíos, otorgándoles privilegios y derechos de diverso orden: en Granada, Córdoba y Sevilla se ampliaron sus barrios y viviendas con recinto amurallado, y se les autorizó a reedificar sus sinagogas imponiéndoles ciertas restricciones en el ornato que habían de usar en ellas.

Los judíos cordobeses se encontraban sometidos a los cristianos judicial y políticamente, y no podían ostentar cargo alguno, excepto el de almojafire (recaudador) del Rey. El que un judío pudiera ser recaudador de las rentas y derechos del Rey es prueba de la confianza absoluta que éste tenía en su gestión económica.

La Sinagoga.


En el número 20 de la calle Judíos, a unos metros de la plazuela de Tiberiades, donde se yergue el monumento a Maimónides, se encuentra una de las más históricas y atrayentes sinagogas del mundo entero.

La sinagoga de Córdoba fue construida en el año 1315 en el estilo mudéjar propio de la época, a cargo de alarifes dirigidos por Isaq Moheb. En 1885 fue declarada Monumento Nacional. Como es costumbre entre los judíos, a la Sinagoga no se entra directamente desde la calle, sino a través de un pequeño patio. A la derecha de éste, se halla la puerta de entrada; a la izquierda, la zona administrativa de la Sinagoga.

La Sinagoga tiene dos habitaciones: un pequeño vestíbulo y la sala de la oración. Ala derecha del vestíbulo, en el muro Sur, se encuentra una escalera que permite subir a la azará o tribuna desde donde a las mujeres les estaba permitido seguir los oficios religiosos. Sus tres balconcillos están contorneados de inscripciones hebreas parcialmente conservadas.


A la derecha, se encuentra un espléndido arco ciego ojival de 1,52 m. de lado e inscrito en un alfiz con decoración de ataurique (relieves decorativos de yeso propios del arte árabe) de forma romboidal. La inscripción hebrea que lo enmarca, casi por completo desaparecida, parece aludir al Cantar de los Cantares (4,4). Este arco ojival y su nicho de 0,43 cm. de fondo debió alojar la bimah o púlpito para la lectura de la Torá. Junto al hueco, a mano derecha, se conserva una inscripción, cuyo texto alude al fundador de la Sinagoga, Isaac Moheb. Dice así:

"Santuario provisional y morada del Testimonio que terminó Isaac Moheb, hijo del Señor Efraín Waddawa. Asimismo, presta atención, oh Dios, y apresúrate a reconstruir Jerusalem".


El Alcázar de los Reyes Cristianos.

El Alcázar, junto al llamado Castillo de la Judería, formaba parte del conjunto de edificios del Palacio Califal. Después de la reconquista de Granada, los Reyes Católicos cedieron el Alcázar al Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición: la tercera torre, situada al Suroeste, se conoce como de "La Inquisición". Después fue cárcel civil, y posteriormente, prisión militar.

Exterior del Alcázar.

Tras la conquista cristiana, la población judía permanece en la ciudad y sigue ocupando su tradicional aljama de época árabe -la Judería. Este barrio comprendía esencialmente el espacio urbano existente entre la puerta de Almodóvar y la Catedral, la antigua Mezquita. En 1391 tiene lugar el asalto a la judería. El móvil fue el robo y saqueo de bienes hebreos, y no la matanza de judíos como se había supuesto antes. Este asalto trae como consecuencia que se rompa el aislamiento de la población judía. Las murallas se abren y las puertas desaparecen. Las conversiones al Cristianismo se suceden en masa. Algunos conversos marchan a otras zonas, como el barrio de San Nicolás, en el actual centro cordobés. Tras el asalto, los judíos quedaron muy pobres, ya que se había destruido la mayor parte de sus bienes. En 1478 el corregidor Don Francisco Valdés, después de una serie de revueltas populares contra judíos y conversos, intentó trasladarlos al barrio del Alcázar Viejo. Pero éstos recurrieron ante el Rey debido a la falta de infraestructuras mínimas para su habitabilidad. El rey les dio la razón anulando la orden de traslado pero les ordenó recluirse en su antigua judería, donde permanecieron hasta la expulsión. Nuevamente, los hebreos vuelven a la zona amurallada.

El recinto amurallado de la Judería.

La Judería estaba separada del resto de la ciudad por un recinto amurallado, del que no conocemos la totalidad de su trazado. A este recinto se entraba por dos puertas: la de la Judería, ubicada frente al ángulo noroccidental de la Mezquita-Catedral y la del Malburguete, de la que desconocemos incluso su situación aproximada. La judería coincidiría aproximadamente con las calles Judíos, donde se encuentra la Sinagoga, Tomás Conde, Almanzor, Romero, Deanes, Judería, Manríquez, Albucasis, Averroes, las plazas del Cardenal Salazar, Judá Leví y Maimónides, barrio que ya había ordenado cerrar en 1272 Alfonso X, obligando a sus habitantes a vivir dentro del mismo.

Pero no todos los judíos habitaban en este barrio. Reducido al principio a este barrio de la Judería, muy pronto, a partir de 1260, vemos a algunos de ellos instalados en sus casas de cristianos situadas en las zonas próximas a ella, y posteriormente en lugares comerciales de la ciudad, dentro de los barrios de San Salvador y San Andrés, lo que muestra que se podían mover con facilidad por la ciudad. Con anterioridad a esta fecha, los judíos vivieron al Norte de la ciudad, en los alrededores de la Puerta Osario, el campo de la Merced y el barrio de Santa Marina. Según todos los indicios que poseemos, por tanto, el centro comercial, artesano y eclesiástico administrativo, siguió girando en época cristiana como en la anterior en torno a la Mezquita, erigida tras la conquista en la Santa Iglesia Catedral, levantándose no muy lejos de aquel lugar el Alcázar de los Reyes Cristianos.

La puerta de Almodóvar que cierra la Judería en la muralla árabe.

La judería de Córdoba se encuentra hacia el Norte, en una zona muy cercana a la Mezquita-Catedral, centro político, religioso y cultural de la Córdoba medieval. El trazado de sus calles tiene todas las características del urbanismo musulmán, ya que había sido realizado durante la época de dominio árabe. Hallaremos calles estrechas, tortuosas; calles zigzagueantes, laberínticas, algunas de ellas sin salidas o adarves. Estas vías son entendidas socialmente como una prolongación del espacio interior de la casa; sirven a la población de lugar de encuentro, a la vez que su estrechez proporciona sombra en verano y evita el excesivo frío en invierno. A esto se añaden los motivos de carácter defensivo; muchas de ellas se abrían y cerraban según un horario establecido y estaban orientadas hacia el interior.

Córdoba fue y sigue siendo aún hoy un ejemplo vivo de realidad multicultural y multiétnica, un reflejo de lo que ha sido su historia bimilenaria, trazada a partir de diversas civilizaciones, culturas, religiones, filosofías e ideologías que han forjado, pese a algunos periodos de intransigencia y persecuciones, la imagen de una ciudad en la que es posible la convivencia entre gentes diversas que pertenecen a razas distintas, practican religiones diferentes y tienen variadas ideologías.



Fuente: www.juderia.net
Fuente: www.ciudadespatrimonio.org

http://www.ciudadespatrimonio.org/DesktopDefault.aspx?tabID=12010

1 comentario:

  1. sefaldies bien venidos a vuestra tierra de la que nunca debisteis ser expulsados

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