Plazas y Rincones de Córdoba
La Judería y el entorno de la Mezquita - Catedral
Plazas y Museos
Las Iglesias Fernandinas, alma de los barrios
Rumbo a las Tendillas, centro urbano
Introducción
Es Córdoba una ciudad de plazas. Más de 80 jalonan su casco antiguo, como espacios abiertos por los que respiran las angostas y quebradas calles de la trama urbana. Por encima de los autos, que a veces las degradan a impropias cocheras, tienen las plazas antigua vocación de ágora y de foro, propiciadoras de la relación humana y del encuentro. No hay dos plazas iguales, pues cada una tiene su propio ambiente y su semblante que le confieren la personalidad.


La vecindad de monumentos también las realza y las califica, y así, las hay medievales como el Campo Santo de los Mártires; mudéjares como el Indiano; renacentistas como Jerónimo Páez u Orive; barrocas como Vizconde de Miranda o Cardenal Salazar; y neoclásicas como la Compañía. Pero la que concentra más monumentos en su entorno es la del Triunfo.
Recorrer un itinerario, irregular y caprichoso, por las ochenta plazas del casco antiguo permite conocer a fondo la Córdoba profunda de los barrios, la que se extiende más allá del mero escaparate turístico.

La Puerta de Almodóvar se abre hospitalaria, invitando a entrar en la Judería, que es como un pueblo blanco y sosegado. Con la de Sevilla y el Portillo, es una de las tres puertas conservadas del recinto amurallado medieval de la Villa o Medina.

Estamos en el tramo más angosto de la calle Judíos, donde su abrazo se estrecha. A la izquierda, un breve callejón protegido por medios arcos de ladrillo invita a entrar en el Zoco, mercado municipal articulado en torno al patio rodeado de bakalitos o pequeños talleres donde los artesanos trabajan sus productos a la vista del público. En el primer patio, una tienda agrupa la oferta de la Asociación Cordobesa de Artesanos, centrada en cerámica, cuero y bisutería, mientras que en el segundo patio se asoman locales dedicados a platería, cerámica, tradicional y creativa, y papier maché.

Desemboca la calle Judíos en la plaza dedicada a Maimónides, también llamada de las Bulas, por la casa del siglo XVII en la que, desde 1954, se ubica el Museo Taurino municipal. A la izquierda del Museo un callejón con arco de ladrillo nos invita a asomarnos a la angosta calleja del Cardenal Salazar, purpurado fundador del hospital de su nombre, con barroca fachada de principios del siglo XVIII, sede hoy de la Facultad de Filosofía y Letras. Conserva este edificio una interesante capilla gótico-mudéjar del siglo XIV, dedicada a San Bartolomé, precedida de un bello pórtico que se puede admirar a través de una cancela. Frente al antiguo hospital alza su pajiza mole la iglesia de San Pedro de Alcántara, templo conventual de finales del siglo XVII.

La ajetreada calle Doctor Fleming nos acerca al Campo Santo de los Mártires, jardín que sirve de verde antesala al Alcázar de los Reyes Cristianos, cuyas torres y murallas almenadas se alzan al fondo. Antes de entrar convendrá pasear la mirada por algunas cosas de interés, como los Baños Califales, así llamados por haber pertenecido al Alcázar califal y actualmente en recuperación; el monumento a dos enamoradas de leyenda, el poeta Ibn Zaydun y la princesa Walada, representados por unas manos tiernamente entrelazadas bajo un templete; y el busto, poco favorecido, de al-Hakam II, que reinó entre el 961 y el 976, y fue el más culto de los califas de Al.Andalus.

En un edificio contiguo al Alcázar, sede hoy de la Delegación de Defensa, se conservan las Caballerizas Reales, cuya construcción se llevó a cabo en el siglo XVIII bajo el reinado de Fernando VI, que hasta hace pocos años acogieron el Depósito de Sementales del Ejército.
El contiguo arco de las Caballerizas Reales da acceso al barrio del Alcázar Viejo o de San Basilio, que data de la segunda mitad del siglo XIV. Al igual que la Judería, es como otro pueblo dentro de la ciudad, y en él perviven genuinos patios populares cordobeses, visitables durante el concurso municipal de Mayo.
Vamos ahora al encuentro del núcleo más monumental de Córdoba a través de la calle Amador de los Ríos, flanqueada a la derecha por el antiguo Seminario de San Pelagio -construido entre los siglos XVI y XVII, que luce al exterior una barroca portada de piedra gris enmarcada por columnas-, y a la izquierda por el edificio de la Biblioteca Provincial, que conserva una preciosa escalera rococó de finales del siglo XVIII. Al fondo de la calle se alza el esbelto Triunfo de San Rafael, el más imponente de los ocho que jalonan la ciudad. Sobre una rocosa base, compuesta con cierta teatralidad, aparecen San Acisclo, Santa Victoria -los patronos de Córdoba- y Santa Bárbara rematando un barroco conjunto en el que también se pueden apreciar un caballo, un águila y un león, la palmera y otras alegorías. Sobre una torre cilíndrica se eleva la airosa columna, rematada por un capitel corintio que sostiene la escultura del Arcángel custodio de la ciudad.
Por aquí discurre el Guadalquivir, el viejo Betis romano y el río grande de los árabes, que determinó el emplazamiento de la ciudad, aunque Córdoba, desagradecida, hasta ahora le halla vuelto la espalda.
Pese a su nombre, el Puente Romano sólo conserva de entonces su trazado y cimentación, pues ha sufrido diversas reconstrucciones y reparaciones a lo largo de los siglos. Consta de dieciséis arcos, la mayoría de medio punto, que se apoyan en sólidos estribos con tajamares. En la zona central del pretil oriental tiene una imagen de San Rafael colocada en el año 1651, precedente de los triunfos, ante la que nunca dejan de arder las velas que enciende constantemente la piedad popular. Observe cómo los vecinos del Campo de la Verdad, el barrio de la orilla izquierda, se santiguan al cruzar ante la imagen.
Delante del puente se despliegan, aguas abajo, varios molinos harineros de época árabe. El más notable -hasta tiene el honor de figurar en el sello de la ciudad- es el de la Albolafia, por su gran rueda o noria de madera con cangilones, restaurada hace pocos años, que en épocas pasadas elevaba del río el agua necesaria para regar los jardines del vecino Alcázar.


Llegó por fin el momento de entrar en la Mezquita-Catedral, el principal monumento de Córdoba. A este monumento dada su importancia le dedico una página especial que podrá visitar desde el menú de inicio.
Frente a la puerta catedralicia de Santa Catalina, surge la placita de este nombre, de la que parte la calle dedicada al músico cordobés Martínez Rúcker, que nos lleva a otra plaza recoleta, la de la Concha, apellido del linaje que habitó la casa señorial situada en su vertiente izquierda, sede hoy de la Institución Teresiana, que la cuida amorosamente.

La calle Martínez Rúcker desemboca al instante en la plaza de Abades, por donde estuvo la antigua alcaicería árabe; hoy es un enclave de calles presidido por la modesta ermita de la Concepción, de mediados del siglo XVIII, que ha recobrado la decoración crema y rojiza de la fachada, a imitación de mármoles. Tornaremos ahora, por la izquierda, la calle Osio, a la que se asoman portaditas de abolengo, como la de la casa número 10. Poco más adelante, en el 2, abre la taberna Santa Clara, con alma y patios de casa antigua, como el de los limoneros. Al desembocar en la calle Rey Heredia, dejamos a la derecha el antiguo convento de Santa Clara, que se alza sobre una pretérita mezquita. La restauración del edificio recuperará la superposición de culturas romana, árabe y cristiana.
Subimos unos metros por Rey Heredia para tomar, a la derecha, Horno del Cristo, calle que adentra en la plaza de Jerónimo Páez, agradable y espaciosa, sombreada por acacias, casuarinas, naranjos y pinos. Bajo los árboles una fuente moderna de mármol blanco y gris contrasta con las mansiones que la flanquean. Por la izquierda, el antiguo Palacio de Casas Altas, amorosamente restaurado por Elie Namhias, un acaudalado judío, ya fallecido, que se enamoró de Córdoba y lo adquirió para pasar en él algunas temporadas, que se conoce por "casa del judío". El bar la Plazuela extiende sus veladores en la explanada. En el lado opuesto de la plaza surge el palacio renacentista de los Páez de Castillejo, sede del Museo Arqueológico, en el que las piedras hablan para explicar las raíces de Córdoba, desde la Prehistoria hasta el Renacimiento. Sobresalen las colecciones romanas, en la planta baja, y árabes en la planta superior. De las primeras destacan las marmóreas esculturas del dios Mitra sacrificando al toro y de Afrodita agachada, un sarcófago paleocristiano y la serie de mosaicos, entre ellos el de las Estaciones; y entre las segundas, la estrella es sin duda el cervatillo de bronce procedente de Medina Azahara, sin menospreciar las finas labores de atauriques y capiteles califales ni la cerámica verde y manganeso de la misma época. Las colecciones están armoniosamente dispuestas en patios y salones del antiguo palacio, que ostenta al exterior una erosionada portada proyectada en el siglo XVI por Hernán Ruiz II y Sebastián de Peñarredonda.
Tomaremos la calle dedicada a Julio Romero de Torres, quebrada e íntima, que invita a recorrerla sin prisa. Y es que estas callejas quebradas y silenciosas, en las que resuenan los propios pasos, se explican por sí solas; tal es su capacidad de sugerencia. Al final, confluye por la izquierda con la calle Cabezas, en la que merece la pena adentrarse un poco. Las austeras casas señoriales de la acera derecha contrastan con el imponente torreón defensivo del siglo XV, perteneciente a la antigua mansión de los Marqueses del Carpio; poco más adelante, la angosta calleja de los Arquillos, cerrada por verja, evoca la leyenda de los Siete Infantes de Lara, sobre la que ilustra una lápida con texto de Menéndez Pidal. Regresaremos al inicio de la calle para dirigirnos al Portillo, puerta Medieval abierta en la muralla que separaba la Villa o centro urbano de la Ajarquía o arrabales. Al otro lado del Portillo, baja, festoneada de naranjos, la calle de San Fernando o de la Feria, que debe este nombre a las fiestas que celebraba la antigua cofradía del hospital de la Lámpara o del Amparo, del gremio de calceteros, y que menciona Baroja en La feria de los discretos <<...aquí de celebraban antiguamente la mayoría de los espectáculos. Ahí se ejecutaba, se corrían toros y cañas, y durante los ocho días anteriores a la Virgen de Linares, los calceteros tenían una gran feria. Por eso en las calles hay tantas ventanas y galerías >>.

Volvemos a la calle de la Feria para tomar la de San Francisco, que se abre poco más abajo. En el número 6 se halla una centenaria taberna de la cadena Sociedad de Plateros, que data de 1872. Casi al final, una bocacalle nos adentra en la Plaza del Potro.

Podemos aprovechar que la plaza del Potro de abre al Guadalquivir a través de la calle Enrique Romero de Torres para asomarnos al Paseo de la Ribera, recientemente recuperado como tal. Las viejas barandillas son un buen mirador sobre el meandro del río y el antiguo embarcadero, con rampas para bajar al escueto muelle, frecuentado a veces por pescadores.

El edificio, símbolo de la recuperación del río, será una puerta de entrada a Córdoba. En total, el edificio ocupará 35.000 metros cuadrados de superficie, de los que la mitad se dedican a un hotel. Dispondrá de dos grandes salas para congresos y una zona interactiva de 2.000 metros para iniciar al visitante en la historia de Córdoba. Ocupa una parcela de terreno de 6.000 metros cuadrados distinta a la ubicación originalmente prevista. Incluye una amplia zona de ocio.
Volvemos a desandar la calle Enrique Romero de Torres - con el buen tiempo los mesones y tabernas del entorno, como Callejón, El Potro o La Ribera, extienden sus sombrillas y veladores y ofertan sus menús económicos - para volver al pie del triunfo y tomar la calle de los Lineros, a la derecha. Le llamará la atención un curioso y restaurado altar callejero dedicado a San Rafael, que se alza en la esquina con la calle Candelaria y que data del siglo XVIII.
A través de las calles Lineros, Carlos Rubio y La Rosa saldremos a la plaza de San Pedro, dominada por la parroquia del mismo nombre. Tras la portada renacentista realizada en 1542 por Hernán Ruiz II, se levanta un templo de fundación fernandina de finales del siglo XIII. Tras el templo se extiende la plataforma de una tranquila plaza, en la que no falta la cantarina fuente neobarroca; y frente al costado del lado del Evangelio, se abre la plaza de Aguayos, a la que da nombre la antigua casa señorial de este linajudo apellido. Tiene una portada mudéjar de principio del XVI, y es hoy Colegio de la Sagrada Familia.
A través de la angosta calle dedicada al escultor cordobés Juan de Mesa, nos acercamos a la plaza de la Almagra, que es una mera confluencia de calles centrada por una farola fernandina con fuente incorporada. Casi enlazada con la Almagra surge más arriba la plaza del Socorro, presidida por la ermita, recientemente restaurada, en la que se venera a la virgen de esta advocación, patrona y protectora de los comerciantes de la corredera, que la colman de frutos en su festividad.

La Corredera es un rectángulo de 5.525 metros cuadrados de superficie, cuyos lados, ligeramente desiguales, miden 112, 35 109 y 37 metros. Su nombre deriva de uno de los usos que tuvo primitivamente, las corridas de toros y cañas, bien distintas a las actuales, organizadas con motivo de visitas reales y grandes solemnidades; sus 360 balcones constituían privilegiados palcos, desde donde contemplarlas. Pero conoció la Corredera otros usos menos festivos, pues en ella tuvieron lugar ejecuciones públicas, inquisitoriales autos de fe, arrebatadores sermones y hasta un combate naval conmemorativo de la batalla de Lepanto. Hoy acoge fiestas de máscaras por Carnaval, otras fiestas populares y mítines políticos en campañas electorales. Desde 1893, hasta su demolición en 1959, se alzó en el centro del rectángulo el mercado central de la ciudad, que ocultó la contemplación de la plaza.
A través del Arco Alto salimos de la Corredera para subir por la empinada calle Rodríguez Marín o Espartería, jalonada de comercios variopintos. Al coronarla sorprende la airosa perspectiva que cobran los restos del Templo Romano, destinado a dar culto al emperador y construido a mediados del siglo I. Las columnas estriadas rematadas por capiteles corintios que las restauración ha puesto en pie, contrastan con el moderno diseño de la vecina Casa Consistorial, inaugurada en 1985.
Pero el monumento mas sobresaliente de la calle Capitulares es la Real Iglesia de San Pablo, majestuoso templo gótico-mudéjar que se esconde tras la engañosa portada barroca frente al Ayuntamiento. Esta portada exterior introduce en un compás o patio dominado por la fachada del templo, de severidad manierista, con un bello rosetón en el centro. A la derecha de la fachada llama la atención una torre de madera, con aspecto de jaula, que cobija un infrecuente carillón de reciente restauración, compuesto por 32 campanas que lanzan al aire melodías religiosas y profanas.
Esquivando el constante tráfico que sube al centro, bajaremos ahora por la calle San Pablo. Pero antes de su final se abre, por la derecha, la plazuela de Orive, dominada por el palacio del mismo nombre y que ostenta la mejor fachada del Renacimiento civil cordobés, trazada por Hernán Ruiz II en 1560; adquirido por el Ayuntamiento, su interior es objeto de restauración para destinarlo a uso cultural.

Avanzamos ahora por el Realejo, núcleo comercial del barrio en el que decadentes portadas blasonadas conviven con tabernas populares, como Caja Julián, y confiterías de barrio como, el Realejo,


Seguimos ahora por la calle Roelas, que nace a la derecha de San Lorenzo, y en pocos pasos, nos lleva a la plaza de San Rafael, en la que se halla la Iglesia del Juramento, con su sobria portada neoclásica, de piedra flanqueada por torres gemelas, dedicada al Arcángel Custodio de Córdoba.
En la misma acera de la Iglesia abre el Mesón Casa la Abuela, con agradable patio arbolado en el que tomar carnes a la brasa. El callejero del entorno honra repetidamente al Arcángel: por la izquierda , la plaza desemboca en Arroyo de San Rafael, pero huyendo del tráfico, tomaremos a la derecha de la iglesia, una calle quebrada e íntima que responde al nombre de Custodio y que nos lleva a la plaza del Pozanco, apacible rincón donde los vecinos adornan, a primeros de Mayo, una de las cruces más concurridas y premiadas de Córdoba.
Aquí iniciamos el recorrido por el barrio de San Agustín. Más adelante surge, por la izquierda, la calle San Agustín, que desemboca enseguida el la plaza del mismo nombre, presidida por el templo homónimo.
Continuamos ahora por Rejas de Don Gome, dejando a ambos lados calles menestrales y sosegadas, cuyos nombres -como Zarzo, Hinojo o Parras- tienen un inconfundible sabor popular. Frente a la placita de Muñoz Capilla, las rejas que dan nombre a la calle muestran, a modo de anticipo, uno de los trece patios del Palacio de Viana, que nos espera a la vuelta de la esquina, por la derecha.

Subiendo por la calle Santa Isabel nos asomaremos ahora a la iglesia y convento de esta advocación, de monjas clarisas franciscanas, que se alza tras un patio recoleto dominado por dos corpulentos cipreses. Data de los siglos XVI-XVII y es de estilo renacentista. La calle se curva suavemente para desembocar en la plaza de Santa Marina, corazón del barrio de este nombre, que fue antaño famoso por sus toreros y piconeros.

Nos encontramos en la Puerta del Colodro, así llamada en memoria de Alvar Colodro, soldado de Fernando III que fue el primero en escalar la torre que guardaba este acceso de la Ajarquía, iniciando así la reconquista incruenta de Córdoba. Al otro lado del blanco muro, el tranquilo barrio de los toreros da paso a la avenida de las Ollerías, de tráfico intenso, que nos lleva, por la izquierda a la Torre de la Mar Muerta, fortaleza unida a la muralla que mandó construir el poderoso rey Don Enrique en 1408. A la sombra de la torre pervive la taberna de Paco Acedo, que frecuentaba Manolete y que conserva el salón donde se reunía con sus amigos a jugar al dominó.
Al otro lado de la torre se extiende la Plaza de Colón, conocida también como Campo de la Merced, que en la antigüedad fue cementerio romano a extramuros y, entre 1759 y 1831, escenario de festejos taurinos.

Siguiendo la acera del Palacio de la Merced, llegamos a la Ronda de los Tejares, principal eje del moderno centro. Cruzando la ronda llegamos a la Puerta de Osario y tomamos la angosta calle Burell, que enseguida desemboca en la plaza de las Doblas. Tiene un umbroso jardín con bancos de granito, que invitan a sentarse para descansar y contemplar de paso los fragmentos de fustes estriados procedentes del Templo Romano. Enfrente hace esquina la casa señorial de los Marqueses de Valdeflores, de traza neoclásica, terminada a principios de siglo y que ha sido adquirida y restaurada por un acomodado empresario.

Al fondo de la plaza se levanta la sobria fachada de la iglesia conventual de los Capuchinos, que edificaron con limosnas poco después de establecerse en este lugar en 1633, y cuya verdadera advocación es el Santo Ángel.
La vertiente derecha de la plaza corresponde al antiguo Hospital de San Jacinto, para pobres incurables, hoy residencia de ancianos atendida por monjas servitas. Su recoleta iglesia barroca data de 1731 y en ella recibe culto la Virgen de los Dolores, una enjoyada imagen barroca realizada en 1719, por el artista granadino Juan Prieto, que es la que más devoción despierta entre los cordobeses.
Continuamos hacia la cercana plaza del Cardenal Toledo, popularmente llamada la de las Dueñas por el convento que ocupó antaño este lugar. La plaza está amenizada por un jardín en cuya plataforma central surge una fuente de blanco mármol que parece escapada de un patio señorial. Un soberbio cedro del Himalaya, palmeras, fresnos, plátanos, acacias y otras especies vegetales regalan su sombra, mientras los bancos brindan asiendo para deleitarse en este oasis. En la vertiente de la plaza que corresponde el trazado de la calle Carbonell y Morand surge la grácil espadaña del convento de Nuestra Señora de la Concepción de las Benitas y Bernardas Recoletas, más conocido por el Císter. Poco más abajo, una barroca portada de piedra con una Inmaculada en su hornacina anuncia la bien conservada iglesia del mismo estilo, construida en 1729.
Contrasta la fachada del Císter con el edificio que surge enfrente y que recorre toda la acera; se trata de la fachada lateral del antiguo Gobierno Civil, construcción modernista de 1906 proyectada por el arquitecto Ángel Castiñeyra, hoy adoptado a centro docente. Siguiendo el edificio torcemos, a la derecha, por la calle Alfonso XIII, a la que asoma la fachada principal, con un ampuloso balcón.
Unas casas más arriba está el Circulo de la Amistad, casino señorial creado en 1850, con el que poco más tarde se fusionaría el Liceo Artístico y Literario.
Poco más arriba se extiende, a la derecha, la plaza de Capuchinas, en la que protegido por una esbelta araucaria, se levanta el monumento dedicado al obispo cordobés Osio (256-357), que presidió el Concilio de Nicea e inspiró la oración del Credo cuando los arrianos pusieron en duda la divinidad de Jesucristo. Tras la estatua abre la barroca iglesia conventual de San Rafael, más conocida por el nombre de sus religiosas, las capuchinas, templo del primer tercio del siglo XVIII. Desde la angosta calle Conde de Torres Cabrera, se accede al recoleto patio conventual, cuyas galerías de arcos peraltados cobijan devociones populares, entre ellas San Antonio, que invocan las solteras para encontrar novio.
Poco más adelante abre por la izquierda la calle peatonal de San Zoilo, mártir cordobés de época romana, que tuvo aquí su ermita, de la que pervive la fachada. La breve calle desemboca enseguida en la plaza de San Miguel, dominada por la parroquia del mismo nombre, cuyo aspecto medieval contrasta con las edificaciones del entorno.


Las Tendillas es el corazón de la ciudad provinciana, algo así como su centro urbano oficial, algo anclado ya en los recuerdos, pues la Córdoba del presente se mira en otros espejos y espacios más modernos; pero, a pesar de ello, se la venera como un símbolo. También conserva su condición de salón mayor para recepciones de reyes y meta de manifestaciones. Si quiere tomar el pulso a Las Tendillas y a la propia ciudad que representa la plaza habrá de sentarse en una de sus terrazas y trabar conversación con los limpias, los camareros o los vendedores de lotería, su galería humana más habitual.

Por la calle García Lovera, que atraviesa hacia su mitad la de Claudio Marcelo, nos dirigimos ahora, por la derecha, a la plaza de la Compañía, una concentración de interesantes monumentos dieciochescos que la peatonalización realza. En medio de la plaza surge otro triunfo de San Rafael, sustentado por cuatro columnas, que fue erigido en 1736. Al fondo del mismo blanquea la mole de la antigua parroquia de Santo Domingo de Silos, sin culto desde 1782, que en los años ochenta fue adaptada para Archivo Histórico Provincial. Domina la plaza la parroquia de San Salvador y Santo Domingo de Silos, establecida en 1782, años después de la expulsión de los jesuitas, en la iglesia llamada de la Compañía, que habían edificado en la segunda mitad del XVI para su contiguo Colegio de Santa Catalina, creado en 1555. a continuación de la parroquia se extiende la fachada del antiguo Colegio de los Jesuitas, reedificado en 1719, que conserva una hermosa escalera barroca de jaspes en su interior. Cierra la plaza por el fondo un soberbio pórtico hexástilo, rematado por frontón triangular, que corresponde a la iglesia de Santa Victoria, templo neoclásico de planta circular. La acera izquierda de la calle Santa Victoria está recorrida por la fachada del colegio del mismo nombre, regentado por las Escolapias, y en ella destaca la portada con un elegante balcón. La calle se estrecha y desciende, ahora con el nombre de Juan Valera, para desembocar en la de Ángel de Saavedra, el escritor romántico más conocido por Duque de Rivas, que nació en un palacete situado a poca distancia. Junto a él se alza la iglesia conventual de Santa Ana, de monjas Carmelitas Descalzas, templo barroco de los siglos XVII y XVIII, que en su bella portada, de piedra gris, una hornacina acoge al grupo escultórico de Santa Ana, la Virgen y el Niño.
Volvemos a la confluencia de Juan Valera con Ángel de Saavedra, que forman una plazoleta presidida por una bella fachada renacentista de mediados del siglo XVI, lo único que pervive del antiguo palacio del Marqués de la Fuensanta del Valle, en el que se estableció, en 1955, el Conservatorio Superior de Música. Seguimos por la calle Jesús y María, para salir de nuevo a la plaza de las Tendillas. Tomaremos ahora la peatonal calle Gondomar, que surge a la izquierda, justo bajo el reloj flamenco. Es un tradicional y activo eje comercial, que no ha escapado a la renovación, ahora con boutiques, bazares y tiendas de regalos. Al final de la vertiente derecha, sobrevive, retranqueada y cautiva tras una moderna fachada acristalada, la portada del derruido Palacio de los Marqueses del Boil, triste destino seguido en las últimas décadas por muchas casas señoriales.
Desemboca Gondomar en la Avenida del Gran Capitán, cuyo primer tramo ahora se conoce por "el Bulevar", tras la remodelación llevada a cabo a finales de los ochenta. Esta avenida, concebida inicialmente como paseo, fue el eje del ensanche urbanístico experimentado por Córdoba durante la segunda mitad del siglo XIX, favorecido por la llegada del ferrocarril en 1859. Escaparate de la Córdoba de entresiglos, a ella se asomaban los principales hoteles, teatros y cafés, en alternancia con algunos palacios y casas señoriales, casi todo ello ya desaparecido y reemplazado por oficinas de entidades financieras. Permanecen, por fortuna, los monumentos. El primero y principal es la iglesia parroquial de San Nicolás de la Villa, que cierra el Bulevar por el sur. Es un templo de origen mudéjar, erigido en el siglo XIII sobre una mezquita precedente, en el que dejarían huella , como en otras muchas iglesias cordobesas, los estilos renacimiento y barroco.
En el primer tramo de la acera de los impares pervive el Gran Teatro, inaugurado en 1873, hoy gestionado por una fundación pública municipal, que oferta una programación variada. Merece la pena tomar la calleja aneja al teatro, Menéndez y Pelayo, para internarse en la recoleta plaza de San Hipólito y conocer la Real Colegiata del mismo nombre, templo fundado por Alfonso XI en la primera mitad del siglo XIV, época a la que corresponde el ábside poligonal y la bóveda de crucería. A ambos lados del presbiterio se hallan los sepulcros de los reyes Alfonso XI, el fundador, y Fernando IV.
En este escaparate de modernas arquitecturas, que tanto contrastan con los edificios más tradicionales que aun perviven, concluimos el itinerario turístico por el casco histórico de Córdoba a través de sus monumentos y rincones más representativos, incluidos algunos barrios de la Ajarquía que los turistas no suelen frecuentar.
Tras tan larga caminata, llena probablemente de emociones estéticas y vivencias humanas, bueno será tomar asiento en cualquiera de las terrazas que pueblan en Bulevar para descansar y percibir también, entre juegos de niños, el latido de la Córdoba más cosmopolita que se abre al norte.
Bibliografía. Fco. Solano Márquez Cruz. Itinerarios por la ciudad. Vive y descubre Córdoba. Editorial Everest S.A 2000
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